El mirar a través de la ventanilla del avión, nos abre una nueva forma de ver nuestro entorno y compenetrarnos con lo entrañable del paisaje contemplado, estableciéndose una tácita conexión entre lo que se mira con el yo interno, que fluye en la intimidad del pensamiento ante la proeza de la humanidad de poder surcar los cielos, en su afán de unir destinos lejanos unos de otros.
La silenciosa y dinámica actividad aérea en el aeropuerto, mientras que las naves se reabastecen y son abordadas por los pasajeros en tránsito es un espectáculo digno de fotografiarse, sobre todo, cuando se realizan las maniobras de aproximación y salida en la zona de embarque.
La sensación sentida cuando el avión se posesiona en la cabecera de pista, próximo a iniciar maniobras del despegue, es única, estremeciendo su estructura ante el gradual incremento de la potencia en sus turbinas para alcanzar el nivel necesario para el despegue, acompañado del sepulcral silencio de los viajeros cuando estos son comprimidos a su respaldar por efecto del decolage al dejar nave deja pista y se eleva a la altitud de crucero.
Se ve como las casas van empequeñeciéndose, conforme el avión va tomando altura, visualizando las urbanizaciones en las riberas del río Rímac, el estadio Telmo Carbajo del Callao y la zona de La Punta en su atardecer, antes de adentrarnos en el colchón de nubes que cubre el cielo limeño.
Si se ha de volar por el litoral (en este caso el litoral norte) solicitar un asiento con ventanilla al lado derecho, donde se podrá fotografiar las caprichosas formas que caracterizan nuestro litoral peruano. La hora, bruma en la zona, aunada con el atardecer, afectaran el resultado del cromático de la escena captada.
Cada vuelo es único e irrepetible, al estar sujeto a las variables del tiempo y condiciones de luz en la zona de tránsito, que se debe fotografiar.
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