La Diablada puneña es una de las danzas más
representativa del acervo folklor altiplano puneño donde sé representa la lucha
entre el bien y el mal, exhibiendo elementos de su religiosidad autóctona y cristiana, que es ejecutada por
sicu-morenos tocando huaynos compendiados en rituales ancestrales donde los
anchanchus y chullchuquis conviven con los hombres en torno a la Pachamama. Tiene
su origen en la Danza del Anchanchu, y es anterior a los autos sacramentales.
En aymara Alajpacha es el reino superior de luz y bondad; Manqapacha es el
reino de la oscuridad y lo malo y Akapacha es el reino medio donde viven los
aymaras. En el Manqapacha viven anchanchus, dueños de minas, malignos y
gentiles; a quienes se debe pedir permiso para explotar una mina. Leyendas
relatan que el anchanchu es un humanoide pequeño, con nariz de cerdo y cuernos
de becerro. En la cosmología aymara, Jesucristo es Thunupa y Supaya son
demonios.
Su asociación con el culto a la Virgen de la
Candelaria surge a raíz de una leyenda popular. En Puno, una leyenda narra que
en 1675, cerca la mina Laikakota a una legua de la ciudad, el español José Salcedo
mandó a destruir las casas de los mineros pero desistió por que vieron a la
Virgen María luchando contra el diablillo de la mina. Por el fuego observado en
la mina nace el culto a la Virgen de la Candelaria.
Parte del elenco artístico y Sikuris de la
Asociación Cultural Brisas del Titicaca se hizo presente para danzarla en el
frontis del Palacio Legislativo.
El poblador andino asumió el lenguaje de la naturaleza
la que tomó de guía. El origen del Sicuri se remite a esa historia de
concordancia con la naturaleza, así como del respeto y percepción por la madre
tierra; cosmovisión que emerge de la historia, costumbres y creencias. En este
contexto entre simbolismos y realidad encontramos a los Sikuris. El instrumento
musical del Sikuri es su Siku (Zampoña) que consta de dos instrumentos
individualizados: el Ira o macho y Arka o
hembra que se condicionan y complementan para su interpretación musical; el
Siku se toca en pareja, y la tropa o grupo de Sikuris, viene a estar integrada
de varias parejas de Iras y Arkas que se fusionan en su dualidad instrumental. En
las culturas del mundo el soplo está asociado con el génesis, la energía y la
magia. En el Sikuri todo eso lo encontramos, desde las cañas cogidas de la
Pachamama (tierra) y convertidas en Siku (instrumento), hasta el fervoroso
arrebato humano del Sikuri (músico) que al darle su aliento lo transforma en
Sikuri (música); música destinada nuevamente a la pachamama, pues su función es
propiciar la buena cosecha. Es el simbolismo de la vida, ciclo y eternidad; por
eso cada sesión de Sikuris intuitivamente confluye en ritual, su energía
trasciende lo artístico y evoluciona en espiritualidad y vigor.
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