domingo, 14 de marzo de 2010

El tiempo de César Cox Beuzeville en el tiempo.

En marzo se inician las actividades culturales y académicas, como opciones de estudio que ha de enrumbar a muchos por la senda de lo que ha de ser su actividad laboral o su profesión.

Muchos ya han definido que es lo que desean ser o seguir en su vida y en donde han de iniciar sus estudios… otros se encuentran en la disyuntiva de que opción o camino han de tomar, para que no sea una decisión equivocada.

En lo personal, postulé a la universidad para complacer el ruego de mis padres, a pesar de no ser de mi agrado, y el tiempo se encargó de demostrar que era otro el camino que el destino me señalaba. Concluí mis estudios básicos en la Escuela de Aviación Civil de Collique, pero la situación económica de la época no me permitió realizar las anheladas horas de vuelo que se requería para obtener la licencia de piloto.

Paralelamente estudié un curso de audiovisuales, en el que se trabajaba con diapositivas, lo que hoy lo hacemos con el Power Point. Al término del mismo nos invitaron a continuar un curso de revelado en blanco y negro, al cual me inscribí, aprendiendo las técnicas básicas de los mandos operativos de la cámara para captar la foto, su posterior revelado y el positivado del mismo. Curso que fue de mi agrado y el cual inicié con cámara prestada, una Zeiss Ikon Contaflex, tipo réflex, con la que hice mis primeras fotos, nada mal para un neófito en la materia.

En casa, improvisé un cuarto oscuro como laboratorio, donde realizaba los revelados de los rollos tomados… me encontré con la disyuntiva de cómo positivarlo… y me cayó a pelo un proyector básico de diapositiva. Recuerdo que en cartón confeccioné diferentes aberturas que intercambiaba como mecanismo de diafragma que no posee su lente. La exposición era muy breve, dada la potencia del foco. A la tira de negativos le confeccioné un soporte con marcos de cartón de diapositivas, para poder pasar a la siguiente toma. El tamaño de la ampliación se definía por la distancia de proyección entre el proyector y la pared. Por último en el momento de encender y apagar el proyector, lo hacía con firmeza para que no vibre durante la proyección y no se estropee la ampliación… en otras palabra era todo un reto.

Tuve que devolver el proyector a su dueño cuando me encontraba haciendo un trabajo para un arquitecto con un amigo. Para buena suerte, éste tenía una ampliadora de aficionado, una Durst J-35, con lente de enfoque helicoidal y condensadores de plástico.

Trabajos van, trabajos vienen, que los aceptaba sin el menor conocimiento de cómo hacerlo, pero consultaba a los entendidos de la época, a manera de una conversación casual. Obtenidas las ganancias del trabajo realizado, el cobrar los honorarios respectivos, me sirvió para adquirir mi primera cámara, una Minolta SR-T-102 y mi ampliadora Durst M-601, mejorando así la calidad de mi trabajo y de las ampliaciones entregadas. Todo iba muy bien, con mi padre y hermanos brindábamos todo tipo de servicio fotográfico, la clásica tres “B” (bautismo, bodas y banquetes).

Una mañana tomé la decisión de salir de casa, con la cámara puesta en el interior de un maletín deportivo al centro de Lima y dispuesto a captar lo acontecido en sus alrededores, me ubicaba frente al tema fotografiable, miraba a los cuatro lados, sacaba la cámara del bolso, tomaba la foto y al toque lo guardaba, ante el temor que aparezca y me sorprenda un Roberto Ladrón Hurtado de lo Ajeno. Este acto, me permitió incursionar en el mundo reporteril y con los resultados de lo fotografiado, en hoja de contacto, lo ofrecía a las revistas de ese tiempo, las que me adquirían una que otra toma, de acuerdo a su interés. Recibía y escuchaba las críticas de las mismas, que me sirvieron para ganar experiencia y mejorar de mis errores, ganando valor para ser menos inhibido ante mis temores de actuar como reportero.

Empecé a ser conocido en el medio. Colaboré en una revista bimensual (Debate), en la que trabajaba la primera quincena, fotografiando a los personajes encuestados y los 45 días restantes, que demoraba la programación del siguiente número, salía a las calles a tomar el acontecer noticioso más resaltante del momento, para luego ofrecerlo a la revista Qué Hacer, revista Páginas, Boletín del Arzobispado (católica) y revista Rápida (cristiana). Al ver las fotos publicadas en ellas me motivó a perfeccionarme siguiendo los cursos que impartían algunas universidades e instituciones que tenían que ver con la fotografía. Recuerdo haber comprado tres enciclopedias sobre fotografía editados por fascículos, aprendí a interpretar y entender los pensamientos mudos de los entendidos en la materia, impresos en ellos, que solo se alcanza con la lectura del mismo.

Tenté suerte en algunos medios de prensa, que en ese entonces eran muy cerrados en recibir reporteros. Recién casado, pensando que el hecho de ingresar a un diario me daría más clientela, ingrese al diario la Voz, con la asesoría del reportero el negro Fidel Zavaleta, con el que trabajé dos meses. Como la solvencia de la institución no era buena, la quincena nos la pagaban en cinco armadas, que no compensaba con las horas trabajadas, haciéndome perder a mis habituales clientes. Me retire de allí y a la semana empecé a trabajar en la Revista “Si”, que me dio una nueva visión de enfoque y de la diferencia entre la foto para un diario y una revista. Estuve bajo la diestra enseñanza del conocido reportero grafico, Manuel Vilca y más tarde de Germán Schwarz, que nos daban las pautas a seguir en cada edición. Como anécdota, contaba con una plana de nueve reporteros gráficos fijos y en su primer año, pasaron 52 fotógrafos, algunos de amplia experiencia y otros que por sus errores cometidos, los hicieron salir, ante la tenaz exigencia de su director César Hildebrandt. Estuve dos años y medio con ellos. Me invitaron a formar parte del relanzamiento del proyecto de la Prensa, bajo la jefatura del reportero grafico Rómulo Lujan, lo cual acepté. Dejé la revista por mejoras económicas. En este proyecto se trabajó cuatro meses y un día nos reunieron a todo el personal, informándonos que el proyecto no daba para más, agradecían los aportes prestados y al término de lo expuesto que pasáramos por nuestra liquidación en caja. Al día siguiente me encontraba trabajando en el proyecto de “Pagina Libre”, que la jefatura de Juan Carlos Domínguez me convocó con anterioridad. Recuerdo que se dio el paquetazo de Abel Salinas, donde la economía del país se hizo trizas con una inflación galopante y para paliar la inflación y sacar adelante el diario, su director Guillermo Thorndike dispuso que se hiciera una olla común, la cual se cocinaba en un ambiente del local para ser repartida previa formación, al personal que laborábamos, como medida paliativa a la crisis. Superado en parte los efectos de la crisis, meses posteriores pasé a formar parte de la plana del Diario “El Peruano”, bajo la jefatura de la reportera gráfica Fátima López, como parte del relanzamiento de la nueva imagen de dicho medio, acompañándolos por año cinco meses, hasta recibir la propuesta del diario Expreso, con la jefatura de “Jesús Escollo”. Medio que también entró en esa honda del relanzamiento. Estuve cinco meses, hasta que lo dejé al ser tentado por el diario “Uno”, trabajando bajo el mando de Richard Barrueta, época que se empezó a usar las diapositivas color para las carátulas y que se procesaba en el laboratorio del diario, el que contaba con una hornilla a gas y su olla para calentar el agua a 38° C que requería su proceso de revelado. De allí pasé a laborar al Diario “Gestión” de Manuel Romero Caro, por espacio de 10 meses. Después salí y empecé a colaborar con la revista “IDEELE”, mientras estaba a la espera de otra opción de trabajo, que se materializó con el diario “SINTESIS”, asignándome la jefatura del área de fotografía, formando un equipo de gente joven y algunos reporteros de trayectoria. Lamentablemente en la contienda electoral de ese entonces, asigné a una reportera con conocimiento de la dirección, que dobleteaba en una agencia extranjera; ésta debió de traer las incidencias del proceso electoral asignada, no se presentó a la hora del cierre, ante este hecho como era de esperar me pidieron mi renuncia. Se presentó la opción del diario “El Sol”, bajo las órdenes jefaturales del reportero gráfico Sengo Pérez y posteriormente de Martín Alvarado. Lo más anecdótico fue la cobertura a la residencia del embajador de Japón en el Perú, que duró más de cuatro meses y teníamos que realizar guardias de amanecida de acuerdo al cronograma previsto, que se hacía en las calles aledañas y desde un edificio colindante al área próxima a la cuadra donde se ubicaba la mencionada residencia. Por ese entonces se me malogró mi cámara y al no tener quien me preste una, trabajaba con las cámara de apoyo de redacción, que yo la llamaba la cámara erótica (al encenderla se expandía su lente y al apagarla se retraía el mismo), no me amilané y aún así logré buenas tomas que sirvieron para las ediciones. Lamentablemente falleció el señor Andrés Marsano, dueño del diario, en un accidente automovilístico y la familia decidió la clausura del mismo, quedándome nuevamente sin trabajo. Decidí probar suerte por mi cuenta, ya que los medios no pasaban por un buen periodo (periodo del control por Vladimiro Montesinos). Pasaron nueve largos y agobiantes meses y recibí una llamada del Congreso de la República, para que me apersonara a la presidencia de doña Martha Hildebrandt, a laborar como reportero gráfico, bajo el mando de don Leoncio Mariscal Espinel, cargo que vengo desempeñando hasta la fecha.

La experiencia y conclusión a la que he llegado es que mientras uno se desempeñe y cumpla a cabalidad su trabajo, sea cualquiera el lugar en que le toque trabajar, uno puede mantenerse en el puesto, claro está que nadie es indispensable, solo tienes que demostrar lo que mejor haces mientras dures en tu puesto. Supe aprovechar la época de las innovaciones tecnológicas de la época y acompañar a ese grupo humano que nos engranábamos de proyecto en proyecto para aceptar los retos del momento y estar a la vanguardia del tiempo.

Quedará en el tiempo, lo registrado por uno del quehacer cotidiano, ha de perennizarse en un silencioso anonimato de quienes nos tocó estar en esa brecha del tiempo, en el tiempo, para el tiempo, llamado hoy historia, que hemos de documentarla.

Somos un granito de arena de ese tiempo vivido por ese grupo humano de reporteros gráficos con quienes he tenido el honor de trabajar y poder contribuir en graficar nuestra historia. A todos ellos mi respeto y admiración por su contribución en el engrandecimiento de nuestro Perú.

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